Mis cuentos

En conmemoración a Ana Bachetti, Pozo del Molle, Córdoba, Argentina, que en su profunda tristeza siendo muy joven, dejo un vacío inmenso entre quienes la amaban.

Quizás en la segunda parte continuación de este cuento pueda hallar una razón a su desilusión y soledad.

QEPD

Crimen, condena y fuga.

«No en vano nos dice la leyenda cómo antaño,

en el lamento por Linos,

la música primera osó penetrar la seca e insensible rigidez;

entonces, en el espacio atónito que un adolescente casi

semejante a un dios abandonó de súbito para siempre,

el vacío se llenó de aquella vibración que ahora nos arrebata,
consuela y ayuda.»

Rilke

1: El encuentro

Esa tarde salimos juntos del instituto, viajamos en colectivo hasta el centro de la ciudad, bajamos cerca de la cañada, y luego caminamos unas cuadras, atravesando el palacio municipal y la plaza, hasta la vieja esquina de Caseros y Corro, ya en el umbral de entrada de la casa, me sorprendí por su fachada, tenía una línea arquitectónica de principio de siglo, gris amarillenta, con formas de bastones verticales en bajo y alto relieve, puertas y ventanas en arco exageradamente largas, las ventanas poseían una pesada reja de fundición como guarda del balcón. Daniel me llevo a paso vivo, desde que bajamos del colectivo, cuando enfrentamos la gran puerta de entrada, pesada, de dos hojas, me detuve un poco, un vago recuerdo me trajo una rara sensación de angustia y felicidad.

Dentro de esa casa, en la cual esperaba encontrar una familia muy protocolar, conocí a Ana. Ella era la verdadera luz de ese lugar, ejemplo y guía de todos, fue en ese tiempo que descubrí a JUNG, y creo que gracias a él pude ver el sitio que ocupaba en la casa; Ana era el alma de la misma. Su perfume y su luz invadían cada rincón de ella.

-Vení, pasá, mi vieja ya debe estar —dijo Daniel, despertándome de mi abstracción.

-Bueno —respondí, mientras aspiraba en mi alma los primeros espíritus de la casa.

La puerta principal comunicaba por un pasillo a otra puerta de interior intermedia, luego de esta se desplegaba un pequeño salón de estar, con dos sillones que podían ser incluidos como parte del estilo de la casa. Entré con la timidez de la primer visita, y la soltura que da la subestimación de los hechos, o encuentros con extraños, no llevaba en mente aquella frase de JUNG que reza: «Las personalidades son como los compuestos químicos, cuando dos de ellas se encuentran y no hay reacción siguen manteniendo las mismas características, pero cuando hay reacción, cambian y nunca vuelven a ser las mismas.» Pasamos el patio interno, entre malvones y glicinas, al que desembocaban tres puertas bajo un pasillo con alero, y llegamos a la cocina. Allí estaba su mamá con una amiga, en el ambiente se podía sentir algo especial, los muebles y la disposición de las cosas, y algo más que en ese momento no pude explicar, pero que más adelante me sería develado; el lugar en sí mismo era viejo pero bien cuidado, y se notaba su uso frecuente, una alacena sobre una de las paredes, color verde y en partes despintada, descubriendo un fondo anterior color beige, mostraba una variedad de recipientes y utensilios a través de una de sus puertas corredizas entreabierta, sobre una mesa de madera cubierta con un hule coloreado, estaba la pava y el mate, y a su lado una mujer de unos cuarenta y tantos años, con un rostro muy amable y simpático, que dejaba ver, que en otros tiempos fue muy hermoso.

-Hola mami —dijo cariñoso Daniel— te presento un amigo, Juan.

-Hola hijo —respondió su madre, y le dio un beso— adelante Juan sentate —me apresuró sonriendo.

-Gracias señora es un placer —y me acerque para saludarla con un beso.

-¿Tomas mate, Juan? —Preguntó.

-Si señora, y mucho —y mi sonrisa encontró la suya cariñosa y cálida.

-Mamá, me voy a cambiar de ropa para salir, ya vuelvo Juan

-Bueno hijo —contesto la madre

-Juan… —Me miro Daniel, hizo un gesto, guiñándome un ojo y señalándome con el índice.

-Está bien Dani, te espero —agregué yo, sin dejarlo terminar la frase, y se fue por otra puerta.

-¿Estudias con Daniel en el mismo curso? —Me interrogó su madre.

-No, soy de un curso superior, pero con Dani hubo algo especial y nos hicimos muy amigos.

-Si, es que es muy charleta. —Destacó la señora.

-¿Querés una porción de torta? Las hace Ana, le salen ricas —y señalo sobre la mesa una torta ya cortada que no parecía casera por la decoración.

-Bueno —respondí, supuse que Ana era su amiga.

-Ana María es mi hija

En esa aclaración ya note que ella era algo especial en la casa, lo raro es que Daniel no la hubiera nombrado, en charlas anteriores que tuvimos sobre la familia.

Acompañé la porción de torta con los mates, algo que para mí, y para cualquier estudiante medio pupilo, era un placer, puesto que muy pocas veces podíamos disfrutarlo, en mi caso era muy particular por disfrutarlos con una torta casera que parecía de confitería.

La madre de Daniel continuó hablando con su amiga sobre problemas personales, con soltura, no las inhibió en lo más mínimo mi presencia, mientras tanto yo disfruté de cada detalle de esa añosa y usada cocina, aspirando con mis ojos todo contenido y reteniendo en los pulmones de mi imaginación cada pasaje que me inspiraban sus objetos y formas, era como si una parte de mis cosas estuviera acomodándose a esta casa; al lado de la cocina había un salón amplio, piso de parqué, techo alto sin cielorraso con vigas a la vista, al igual que en los dormitorios. Al rato apareció Daniel.

-Chau mamá, vuelvo más tarde —dijo mientras me apuraba con gestos.

-Adiós hijo, cuídate —Respondió ella.

Yo me incorporé, y también salude a la señora y su amiga. Juntos, con Daniel nos encaminamos hacia la puerta de calle, atravesando el patio de glicinas y malvones. Saliendo a la vereda nos encontramos con tres muchachas, ante las cuales Daniel se detuvo a saludar, noté en una de ellas rasgos parecidos a Daniel, sus cabellos oscuros la forma de sus ojos, su nariz, la otra una chica también morocha de piel trigueña, y la tercera de cabello rubio con un ondulado suave, con una piel muy blanca y unos ojos con una mirada muy particular, que me costó mucho evitar y disimular mi abrupto interés, luego que Daniel intercambió un corto saludo con ellas se dirigió a mí.

-Chicas les presento a un amigo, Juan.

-Hola. Respondí —tratando de hacer una mirada general.

-Ella es María Ester, mi hermana. —Dijo dirigiéndose a quién yo sospeche de principio por sus rasgos.

-Ella, Graciela, una amiga. —Dirigiéndose a la chica de piel trigueña.

-Y ella es Ana, mi otra hermana —señalando a la muchacha que fue el centro de mi atención.

Recuerdo que esa tarde, ya sin sol, con las luces de la calle encendiendo, lentamente, se acerco a mí y la besé en su mejilla, vestía una camisa rosa, y un vaquero azul desgastado, con zapatillas de lona. Una imagen que hoy la enturbia la añoranza, y al mismo tiempo la resguarda. Como no haber sabido, mi Ana.

Luego que nos despedimos, me di vuelta para saludar con la mano en un ademán corto, y la pude ver completa, de lejos, saludándome; volví la atención a Daniel, para soltar el cuadro imaginario que había formado y nos fuimos con él hacia el centro de Córdoba, para pasear un rato antes de ir a bailar a un club, en la zona llamada “Alta Córdoba”.

2: Culpables

 

Asesino es aquel que mata por un precio o con premeditación, un ser en apariencia frío que equilibra sus falencias con el placer de quitar, extremar su imposición, sintiendo el poder de limitar a su antojo, saciando así su necesidad y codicia, llenando el vacío que le deja su propio desequilibrio, como el que sin pensar, enciende un cigarrillo, para apoyar en esa pitada, la inseguridad de sus fundamentos. La miró, y meditó, su belleza, su espíritu, el núcleo de su realidad subjetiva, no entiende qué, pero siente que le produce, el rechazo ponía la distancia, que se contradecía a su palpable, cercana, presencia.

Todo giraba en torno a chistes y encuentros casuales con algunas chicas, luego fuimos hacia el baile, allí conocimos dos chicas con las cuales bailamos casi toda la noche, y al finalizar, salimos del club juntos, caminando hacia el centro, Daniel y su pareja volvían abrazados muy juntos, yo en cambio, aunque la llevaba con mi brazo sobre sus hombros, no me sentía muy atraído por una relación. Cuando nos despedimos de las chicas eran las cinco de la mañana, caminamos unas cuadras con Daniel recordando nuestro buen pasar esa noche, cuando yo lo encaré para despedirme de él, y encaminarme a mi casa.

-Vení a dormir a casa Juan, en mi cuarto hay otra cama –Propuso Daniel.

-No Dani, deja me voy a mi casa, no te molestes –Respondí

-Pero dejate de embromar, si estamos cerca de casa, y así mañana podemos ir a otro lado. —Insistió.

-Bueno, pero mira que no le avisaste a tu mamá, ¿Se irá a molestar?.

-No conoces a mi vieja.

No pude negarme, mi cansancio y el buen compañerismo logrado con él, me inclinaron a aceptar su propuesta, o quizás no, quizás las causas de mi aceptación fueran otras que quedaron muy atrás, tan cerca y palpables hoy en mis recuerdos.

La casa parecía esperarme, entré con un gusto enorme, Ana en mi pensamiento.

Fuimos hasta el fondo de la casa, allí estaba el cuarto de Dani, caminando en la oscuridad, el se movía con el conocimiento de su costumbre, yo con el instinto que me daba una tibia luz, llegamos al cuarto preparamos mi cama y nos recostamos, habremos charlado dos minutos y quedamos dormidos.

Nos despertamos cerca del mediodía, el ruido de las ollas y platos nos llamaban a comer, fui hasta el baño, la puerta del medio del patio de glicinas, toda la loza original, con una pequeña claraboya en el techo, que con su luz diurna, era el toque final para coronar toda esa reliquia, donde sus reflejos atrapan la imaginación, para despertarlos en su espejo torneado a mano, me lave la cara, y poniendo un poco de dentífrico en mi dedo índice los dientes, ya que la sorpresa de quedarme me encontró con lo puesto, me peiné y salí al encuentro de una familia que no conocía, pero que me provocaba unas ansias incontenibles. Cuando llegue a la cocina donde se preparaban a almorzar, la encontré a ella, el resto creo que no me importó, a la única persona que quería ver era a ella, y fue mejor de lo que yo esperaba. Se había cambiado con su mejor ropa y arreglado el cabello, su cara iluminada por su carisma y timidez, brillaba entre todos nosotros, yo trataba de no ser tan evidente, pero creo que me fue imposible. Ana era un ángel que no podía pasar desapercibido. Nos sentamos a la mesa y comenzamos a comer, entre charlas triviales sobre nuestros estudios, o la salida de la noche anterior, a las que poca atención les prestaba; porque desde que la vi sentí que nada era igual, en general todos a su manera hablaron de Ana, ella era parte de sus vidas; su madre porque le ayudaba en toda la casa, con los quehaceres, como era enfermera de la Maternidad Provincial de Córdoba, tenía horarios ajustados. Su hermana María Esther que tenía dos hijos, madre soltera, uno de tres años y otro de dos, que prácticamente Ana los criaba. Y su hermana menor que con sus tres años vivía ajena a todos los problemas de la casa pero que en el fondo los iba absorbiendo, ya que serían parte de su vida. Daniel si tenía ropa limpia y su cuarto acomodado, era por Ana. En suma como relaté en un principio ella era el alma de la casa, y con sus catorce años no pedía nada. Ana tiene cabellos rubios abundantes ondulados, tez blanca rosada, ojos color miel, boca delineada, facciones delicadas, un metro sesenta y cinco de altura, cuerpo esbelto, exquisito, perfecto, manos de princesa desgastadas por el trajín diario de la casa; Hija del último matrimonio de Julia, su madre, con Alfredo, su Padre, que no conocí,  se fue de la vida de Ana el mismo año que yo llegaba, murió en una clínica de Córdoba y no puedo recordar la enfermedad. Según Julia, «La gringa» era el calco de su padre tanto en el carácter como en su figura, aunque no era del todo así, Ana también tenía algo de su mamá en sus rasgos, solo que ella no lo veía.

Daniel, María Esther y su hermana menor mantenían los rasgos de su madre, Ana era el tesoro de ellos, por eso Daniel no la nombro nunca, la ocultaba, no en forma deliberada, más bien en un modo reflexivo.

Ana y yo nos enamoramos desde el primer momento que nos vimos, y todos mis actos desde el primer día que la conocí, hasta que nuestras manos se tocaron, fueron involuntarios y solamente el transcurrir de segundos hasta nuestro encuentro, para sellar este amor con ese primer beso en el patio de los malvones. Ella se dejó besar, dócil, mis labios delinearon los suyos pausadamente, eternamente, tome sus manos, las apoye en mi rostro y nos miramos no sé cuánto tiempo, en silencio, en la penumbra de una tarde que se iba diluyendo con las últimas luces que alcanzaban a filtrarse por las glicinas, sus ojos brillaban en los míos y una felicidad completa nos invadía, éxtasis de un amor que no se repetiría, sino hasta nuestro último encuentro. Ana inmersa en la sensación y sorpresa de sus sentidos, yo sumergiéndome en todas esas impresiones encontradas.

El patio de la casa encendía  nuestras reuniones, el alero de chapas que lo rodeaba semejaba un brazo que cobijaba nuestros sentimientos, sentados en el sillón de la sala de estar, la luz del sol, desde el patio de los malvones, se filtraba por el ventanal interno, de vidrios traslúcidos repujados, y nos bañaba con un fulgor dorado azul, que pude vislumbrar, en otros momentos, en varios lugares de la casa.

3: Motivos

 

Crimen es un delito grave cualificado del hecho punible y de las penas con que se castiga, pero cuantas formas de crimen existen que no están contemplados en las leyes y son tan o más considerables que los punibles, matar un alma, por ejemplo, dejarla sin horizontes y ambiciones, condenándola al eterno contemplar de sus sueños, en el cautiverio de sus limitaciones. Por lo tanto este último echo, que podría ser calificado más grave que un homicidio, es improbable que pudiese condenarse, dado que su carácter probatorio sería casi nulo. Pasaría desapercibido, solamente para un alma muy sensible, sería posible sentir, en pequeñas muecas, o imperceptibles reflejos, el estertor de su lenta muerte.

Debido a mis estudios y que era medio pupilo, no nos veíamos a veces por varias semanas, en el colegio la salida era los sábados para regresar los domingos, pero había una salida especial o el viernes por la noche o el sábado a primera hora de la mañana, toda la semana trataba de prepararme para salir lo antes posible.

Mis encuentros con Ana eran únicos y me gustaba mucho sorprenderla con mi llegada, nunca tome en cuenta la situación que se generaba cuando llegaba así. La puerta de la casa, si era temprano, estaba abierta, cuando llegaba de sorpresa en la mayoría de los casos la encontraba en plena tarea limpiando, me miraba entrando, un segundo se sorprendía y de inmediato salía corriendo, siempre era así.

En la casa había amigas distintas todas las veces que llegaba, que más adelante comprendí quienes eran, ellas me saludaban junto a sus hermanas y me hacían pasar a la cocina, al rato llegaba Ana cambiada con otra ropa, peinada y suavemente maquillada, hermosa, aunque para mí no tenía que arreglarse porque ella siempre sería un ángel hermoso y bello.

«La belleza de los seres trasciende más allá de lo físico porque se exterioriza en los actos de entrega y sacrificio, recíprocos o unívocos, de amor, y así, casi imperceptible, es advertida por el mirar del alma. »

A partir de ese momento estábamos juntos, ella esperaba que me dé una ducha, y si no salíamos a pasear por la plaza, íbamos a caminar por la cañada o a sentarnos en la puerta de la casa, algunas veces íbamos a bailar a casa de unos amigos, o escuchábamos música en un pasadiscos de discos de vinilo, que había en el salón de estar, ¿Cuántas veces hice sonar “Alguien más en quien confiar” de “El Reloj”?.

Supe que las amigas de sus hermanas eran madres solteras, que Julia, como enfermera en la maternidad las conocía allí y les ofrecía lo que sus familias o parejas les negaban, les daba un lugar en la casa hasta que pudiesen ubicarse y salir adelante en la vida, comprendí lo que su hijo me dio a entender en un principio, porque Ana tenía un corazón tan grande, su madre aunque ganaba lo justo para ella y sus hijas, le sobraba amor.

Daniel había reconstruido un viejo Ford T a bigote que compró quien sabe a quién, pero él con la paciencia de varios fines de semana, logró hacer andar el motor, lo pinto todo de color negro, y lo estampo con manos blancas. Con este auto salíamos a todos lados, aspirábamos el aire de la aventura, aunque a no más de sesenta kilómetros por hora, y corríamos con el vértigo de perder el motor, si no le manteníamos el agua del radiador cada tanto, siempre con el combustible justo, pero llegando a todos nuestros destinos como si fuera nuestra mejor conquista, y mi risa se mezclaba con la risa de Ana y mis ojos encontraban la libertad de nuestro amor en sus miradas.

Daniel artífice de muchos momentos compartidos, manejaba el espectáculo de nuestro entorno y preparaba el escenario de nuestro transcurrir, si pudiera ubicarlo en esta historia, no sé si lo pusiese como director, porque en este papel tendría el personaje más cruel y abyecto, no habría mostrado piedad alguna por nuestras almas, estaría gozando hasta hoy este dolor, y en el caso que fuese actor, sobreactuado, extralimitado, me daría muchísima pena, merecedor de estas lagrimas, «el loco» Daniel, como lo llamaba Julia, pero sea como fuere, Ana y yo éramos parte de esa vorágine entusiasta, que nos hamacaba en sus idas y vueltas, creo si la obra se hubiese consumado hasta el final, yo estaría en primera fila, Ana en la salida y los dos aplaudiendo nuestra propia mala actuación.

La vida nos llevaba en sus mareas, pero nuestra felicidad enlazaba nuestras manos en un acto unísono y el danzar así tiene más sabor, porque se siente un vértigo desvergonzado por amar.

Quise compartirla con el mundo que todos supieran quien era mí amor, sin saber que la perdería.

Todos los días después de las horas de clase, escribía un soneto con su nombre, en un cuaderno espiralado, la semana una travesía interminable, los fines de semana un suspiro.

Mi felicidad era tan grande y todo mi tiempo tan lleno de ella, que desborde mi alegría en mis amigos; quisieron conocerla, entonces comenzaron a acompañarme y frecuentar la casa, a veces yo no podía estar cuando ellos iban y como ya conocían la dirección llegaban por cuenta propia, más con el carácter de Julia, tan buena y social. En la semana les escuchaba comentarios sarcásticos como:

-¡Mirá la mina que se enganchó el flaco! —Ó— ¡Mucha mina para vos!

Fue así que en mis ausencias, le decían a Ana que yo no la quería, que era medio raro, y vaya a saber cuántas cosas más, hasta que un fin de semana que fui a verla encontré que dos de mis compañeros estaban antes que yo, ese día Ana me dijo que no quería nada conmigo, algo oscuro cayó sobre mí, sentí que el mundo pesaba demasiado, me fui, un hondo dolor me atenazaba la garganta, pero no pude llorar, sentí que todos en la calle me miraban diciendo: “Sabemos que Ana no te quiere”, y en esa mirada desnudaban la soledad que pretendía ocultar. Vagué por las calles de Córdoba entrando en bares, tomando cafés, licuados, leyendo alguna revista de historietas, tratando de esquivar el dolor que tropezaba a cada minuto.

4: Nosotros

 

Un homicidio, es claramente la muerte de una persona perpetrada por otra, deliberada o accidental; esta última acción carece de intenciones, casi siempre está dada por la negligencia o torpeza, pero ¿es verdaderamente así?, ¿se puede calificar de inocente a alguien que prima el fin sin importar los medios? Aun sin saber que los medios condicionan su fin. ¿Y al mismo tiempo, acaso la víctima no es también quien condiciona al asesino? sin quitarle culpa a este último. Se dejo matar, sin conciencia del acto, de forma dulce, sin percibir el veneno, un instante antes de morir, entendió lo que había perdido.

Volví al colegio y ahogué mi pena en mis estudios, consolándolo con mi cuaderno de sonetos. En los meses que pasaron viví entre la angustia y la vergüenza del sarcasmo de mis compañeros. ¿Dolor?, No sé, mis sentimientos eran una nube negra de impotencia.

No sé cuanto pasó para poder mitigar un poco la pérdida, pero fue en esa pendiente, en la cual comenzaba a salir al sol de los encuentros, cuando llegó Liliana.

Nos conocimos de casualidad en una reunión de amigos, los míos me llevaron para que salga de mis cuadernos y libros, y sus amigas la llevaron porque ella recién empezaba a encontrarse socialmente. Charlamos de música y amor, y quedamos de vernos en su casa el siguiente fin de semana. Ana iba quedando lejos, por supuesto siempre la podía divisar, pero evitaba los contactos con sus allegados, Daniel abandonó los estudios y no lo vi más.

Liliana vivía en el barrio Cáceres, a una cuadra de plaza Lorca con su madre y hermanos, una familia muy humilde. La madre de Liliana también era enfermera, cruel coincidencia. Me apasioné con su frescura, lo puro de la primera vez en todo, nuestros besos, caricias y paseos; Liliana se aturdió con mi pegajoso amor, con mis ansias de volcar el cariño contenido, y me sostenía a su lado sin saber lo que sentía. Ella aprendió a besar conmigo, y yo aprendí el vacío de dar amor a ciegas.

Extrañaba la casa, a Ana, un raro vacío de algo incompleto, me llenaba el alma, no sé si cada vez que pensaba en ella, o cuando esta sensación llegaba, arrastraba sus recuerdos, sus baldosas, sus puertas entreabiertas, las columnas de hierro del patio interno, las sombras de la tarde en el salón de estar, y su rostro que me miraba entre estas penumbras.

Semana tras semana, los meses pasaron con Liliana, ya hacía casi tres meses que me soportaba, a esta altura, le costaba, a veces, ocultar su desinterés en mí, ¿cuánto hacia que no veía a mi Ana? Paseaba, junto a mí, su fantasma en los colectivos de Córdoba, cuando tomé la decisión de ir por la casa de Caseros y Corro.

Estaba en casa de Liliana y luego de almorzar, como ella ya no me soportaba mucho, me excusé diciendo que me iba a pasear al centro, me fui caminando por la avenida Vélez Sarsfield hasta Boulevard San Juan, y de ahí por la cañada hasta la casa de Ana. Sábado por la tarde, pasadas las cuatro, toque timbre, contuve la ansiedad eterna de esos segundos esperando que lleguen a la puerta, ya que si estaban en la cocina tenían varios pasos por caminar, mi mano se deslizo sutil por el marco de la puerta, “estoy aquí otra vez”, susurre para mí mismo. Me recibió Julia con la alegría de un hijo que vuelve a casa.

-Hola Juan hijo mío, ¿Porqué no venias? —Dijo mientras me abrazaba y besaba— Vení pasa que Ana está en la cocina, se va a poner contenta de verte, estamos con unas chicas tomando mate.

-No venía porque estaba estudiando —excusa muy tonta, pero no me salió otra cosa— y aparte no quería molestar a Ana.

-Ella no duro nada con el otro chico, y siempre preguntó por vos.

Qué alegría que me inundaba en ese momento, saber que ella me recordaba. Llegamos a la cocina, y allí estaba, hermosa, más bella que nunca, deliciosa Ana. No pude entender todo este tiempo lejos, ella me miró con el mismo cariño de antes, y yo encontré en su mirada la miel de mi vida.

-Hola —dijo ella, apresurada y sorprendida— tanto tiempo.

-Hola, como te va. —Respondí.

-Bien, ¿Dónde estabas?

-Estudiando —Liliana se me cruzó por mis pensamientos.

Saludé a sus amigas y Ana dijo:

-Tomemos unos mates, ¿Querés?

Acepté su invitación, como dije no era de hablar mucho, dejamos sobreentendido todo, por mi parte supuse un reencuentro, pero yo no tomaría la iniciativa.

-¿Y qué paso con tu novio? —No aguanté más.

-Nada, solamente quería salir conmigo, y para eso hablo mal de vos.

Una de sus amigas interrumpió.

-Dijo que eras raro, que no salías con mujeres.

Comencé a entender la palabra amigo.

-Decime Juan, y ¿dónde estás viviendo?. —Pregunto Julia.

Claro la pregunta era inevitable, en esta casa tenía mi lugar, Julia se preguntaba dónde viviría si yo no tengo familia en Córdoba.

-Y estoy viviendo en casa de un amigo en la calle Martín García.

-Si querés podes venir acá —Ofreció Julia— sabes que tu lugar siempre está disponible, hijo.

-Gracias —respondí inmediatamente— lo que pasa es que ya tengo todo acomodado en casa de mi compañero, pero ya voy a ver.

-¿Y cómo te va en tus cosas? —Preguntó Ana.

-Bien, en el estudio no tengo problemas, y con mis amigos bárbaro.

-¿Porqué no salimos a dar una vuelta? —Dijo una de sus amigas.

-No, me tengo que ir porque me están esperando, vuelvo el otro fin de semana.

Ana me miro, y sentí que no me quería dejar ir, pero no le di tiempo a nada, le devolví el mate y me levante fingiendo estar apurado.

-Solo vine un ratito a visitarlas, ya voy a volver.

-Tenés que venir Juan —Dijo Julia— mira que te vamos a estar esperando, estamos solas, Daniel se junto con una chica y vive en la casa de sus suegros, trabaja de changas y viene muy poco por aquí.

-Si seguro que voy a venir.

Me acompañaron hasta la puerta, me despedí y me fui caminando hacia la cañada, para deshacer la misma ruta y volver a casa de Liliana, al mirar atrás, ya casi en la esquina, Ana seguía en la puerta con sus amigas, que se reían mientras ella me miraba. Camine bajo los añosos árboles de la cañada respirando el sabor de mi cielo, Ana.

Volví a encontrarme con Liliana y pasé el resto de la tarde y noche con ella.

Durante la semana entre los libros y mi descanso, escribía rimas para mi cielo, en la radio sonaban los anuncios de los bailes de fin de semana en Redes Cordobesas, y de vez en cuando lo mezclaban con Melina de Camilo Sesto, estaba confundido con Ana, entre el compromiso que tenía y el miedo de volver a ella.

El siguiente fin de semana almorcé en casa de Liliana, ella cada encuentro se ponía más distante de mí, pero no me dejaba, siempre que parecía todo terminado, con un gesto amable o un toque dulce, todo volvía a ser. En mi interior tenía un dilema, el amor a cuentagotas de Liliana que no quería defraudar, no tanto por ella sino por mí mismo, y la dulce entrega de Ana. Mi compromiso a la inconsciente primera vez de Liliana estaba en controversia con el desesperado regreso de Ana.

Salí de casa de Liliana con la excusa de comprar algunas cosas personales, y volví en mi recorrido de la cañada y sus árboles que pre-anunciaban el cielo de mi amor, llegue hasta su puerta y toque el timbre.

-Hola pasá te estábamos esperando. —Me recibió su amiga.

-Hola ¿Cómo estás?. —mi insulso saludo.

-Bien ¿Y vos? —Su intranscendente respuesta, que murió en un “bien” ligero y silencioso.

Pasamos a la cocina donde estaba Ana con otras amigas, su hermana, y su madre.

-Hola —dije a todas, saludándolas con un beso.

Tomamos mate una hora larga, charlando de todo un poco, entre esa charla Ana dijo:

-Ahora si vamos a salir a pasear ¿No, o tenés algún compromiso?.

Me sentí acorralado.

-Bueno, pero a esta hora donde podemos ir no es ni temprano ni tarde. —Dije queriendo escapar.

-Vamos a la casa de un amigo de Daniel así de paso lo podes saludar, después de tanto tiempo. —Dijo Ana con una media sonrisa traviesa.

-¿Queda muy lejos? —Pregunté.

-No, tomamos el ómnibus en la avenida y en cinco minutos llegamos, está preparando su cumpleaños. —Respondió una amiga.

Un escalofrío recorrió mi ser cuando dijo cumpleaños, ya me imagine que me estaban enganchando más horas de las que había calculado.

-¿Qué pasa? —Me inquirió Ana— ¿Tenés que volver a algún lado?

-No, pero, en la casa de mi amigo no avise que volvía tarde, y no quiero incomodarlos.

-No te preocupes, no te van a decir nada, yo soy bruja y sé que no va a pasar nada. —Y sus ojos se clavaron en mí como en ninguna mirada anterior.

-Bueno, pero igual no quiero llegar muy tarde. — Mi tonta excusa.

Ana se fue a vestir con un vaquero y una blusa que la dejaban como en un sueño. Era verano el calor de la noche, con Ana así, era un preludio a caer en un reencuentro. Salimos de la casa todos juntos, ella, sus amigas y yo.

Llegamos a casa del amigo de Daniel, donde recién estaban acomodando las mesas y las sillas en el comedor, sonaba música de cuarteto, y en los fondos se percibía el aroma de la carne en el asador. Salió Daniel a saludarme.

-Hola Juan tanto tiempo. —Me apretó en un abrazo fuerte.

-Hola Dani.

-Te presento a mi novia, Juan.

-Mucho gusto —Salude a la chica, que al parecer era un poco tímida.

-Bailemos un ratito. —Me dijo Ana, el cuarteto sonaba a pleno.

-Bueno. —le conteste

Comenzamos a bailar y Daniel, con su novia, bailaba a nuestro lado, en ese ir y venir del baile sucedió algo que no voy a olvidar jamás, Daniel propuso un intercambio de parejas en pleno baile, yo pase con su novia y él comenzó a bailar con Ana de una forma hermosa, como eran hermanos se conocían bien en los pasos, y sin soltarse de las manos comenzaron a pasar de un lado a otro, cruzando y descruzando sus brazos de una forma rítmica, tan armoniosa, que todos los admirábamos, yo continuaba bailando con la novia de Daniel, pero me di cuenta que Ana bailaba para mí, porque no dejaba de mirarme y a cada paso que hacia buscaba mis ojos y en su sonrisa reflejaba mi arrobo, ver la figura de ella moviéndose tan deliciosamente y su rostro ruborizado, con sus ojos de miel, entre sus intensos cabellos rubios, fue algo quedó marcado en mis recuerdos; Ana tenía ese toque que la hace distinta a cualquier otra mujer, y yo pude verla. Luego volvió a mí y terminamos el baile los dos.

Estuvimos un rato en ese cumpleaños pero no nos quedamos hasta el final, salimos a la calle y Ana me tomo de la mano, yo no la esquivé, luego del momento que viví, que ella ni lo imaginaba, hasta podía besarla y entregarle mi alma en un beso, que fue lo que sucedió en el camino, dado que era inevitable.

-Ana, sos muy hermosa. —Fueron mis palabras, luego de besarla en la puerta de su casa.

-Te quiero. —Su respuesta.

-Me tengo que ir.

-Volvé. —Y sus ojos se quedaron sin tiempo, suspendidos en una tristeza que ella ya presentía.

-Si —Me fui, esta vez no volví la vista atrás, mire adelante donde mi cobardía albergaba la cruel muerte de Ana.

5: Sueños

 

La condena del crimen, puede quedar implícita en la misma piel del alma del asesino, atrapando a este en la propia trama de sus intenciones frustradas o saciadas, terminando él mismo siendo víctima del mutuo error, transmutando satisfacción por pena y desahogo por impotencia. Dentro de su psicopatía hay partes bien claras definidas, la premeditación, los sentimientos, la percepción del espacio temporal desde esta perspectiva, y su dibujo idealizado, es la línea entre lo premeditado y sentimental tan delgada que casi siempre se desdibuja, dejando entrever reflejos de su sentir en todos sus actos.

Volví a casa de Liliana ya bien tarde, ella estaba en la puerta de su casa con sus hermanas.

-Tardaste bastante en el centro ¿No? —Me recibió su hermana mayor.

-Lo que paso es que me encontré con un amigo que no veía hace bastante, y entre charla y charla me llevo al cumpleaños del amigo, a donde iba. —Que en parte era cierto.

-¿Cumpleaños? —Dijo su hermana, mientras saludaba con un beso a Liliana, que se mantenía callada sin opinar.

-¡Liliana! ¿Y vos no le decís nada? —Le reprochó.

-Pero ¿por qué? Si debe ser así, Gloria. Yo le creo. —respondió Liliana

-Es que a Daniel hace muchos meses que no lo veo, y no sé si lo volveré a ver. —Agregué.

Todo quedo ahí, pero si ella tenía intenciones de dejarme creo que estas escapadas mías le sacaron la idea y reavivaron un poco su amor propio. Quizás hacía falta que le prestara un poco menos de atención para que se fije en mí. Mala cosa, porque eso, al mismo tiempo que me gustaba, ponía un poco de peso al hecho de terminar la relación y volver con Ana.

Esa noche con Liliana fue muy romántica, escuchamos a los hermanos Carpenters, y nos mimamos en la noche de verano, que se le sumaba el calor de nuestros sentimientos encontrados.

Volví al colegio y todos mis ratos libres fueron rimas para un amor adverso, escribía a los dieciséis años de Liliana, primerizos en sensaciones y los mismos de Ana, despiertos, intensos y a todas luces. Ya mi año de estudios terminaba y debería tomar una decisión, que no le daba importancia, dado que pensaba quedarme en Córdoba y tomaría mi tiempo para hacerlo, sin saber que el destino me tenía preparado algo muy distinto.

Al siguiente fin de semana fui directamente a casa de Ana, ella no estaba, había ido a la escuela de cocina, para perfeccionarse en decoración de tortas, acompañe a su amiga tomando unos mates, quien me contó todo esto, cuando me dijo:

-Vamos a buscarla a la escuela. —Como adivinando que me iba a ir.

-Bueno —Dije después de una pausa.

-No queda lejos, y ella se va a poner contenta.

-Está bien vamos. —Acepté, sin darme cuenta el significado y trascendencia de este acto.

Fuimos hasta la escuela y llegamos unos minutos antes que saliera, esperamos un poco y comenzaron a salir muchas chicas, algunas con guardapolvo otras no, cuando entre uno de estos grupos la vi, hermosa con su guardapolvo blanco, mi Ana resaltaba única entre todas, porque yo estaba viendo una belleza que nadie podía ver, la que junta lo físico con lo espiritual; no me estaba mirando pero ya podía anticipar el sabor de su mirada encontrándose en mis ojos, nunca pude sentir lo que su ser palpitaba cuando me encontraba, pero sé que algo de eso corría en mi sangre cuando sentía que me acercaba a ella, su amiga se anticipo unos cuantos pasos y salió a su encuentro a lo lejos vi como la saludó, ella señaló hacia mí y Ana me lleno con el cielo de sus mirada.

-Hola. —Me beso y me tomo del brazo.

-Hola. —Respondí y camine a su lado, perdido en sus dulces ojos.

-Te quedas a la tarde, traigo decorado para hacerte una torta. —Me dijo. Me encantaba verla preparar y cocinar sus tortas, ella lo sabía.

-No, a la tarde tengo que ir a casa de un amigo.

-Ah sí, de un amigo —Y remarcó la palabra amigo— Estas seguro, no será amiga.

-No, voy a ver un amigo y vuelvo a la noche, ¿está bien? —No tomé en cuenta ese juego de palabras de Ana, que denotaba sus sospechas.

-Mira que yo soy bruja, ya te lo dije. —Me dirigió una mirada de saber todo.

No respondí, subimos al ómnibus saque los boletos y nos sentamos juntos a mitad de vehículo, Ana me pidió los boletos y leyó los números.

-¡Aja! Te quiere, te quiere, te quiere, encuentro, y piensa en ti —Me dijo mirándome y señalando mi boleto.

-¿Qué? —Respondí, con incredulidad.

-Si mira, ahí te sale, en el número del boleto —Dijo su amiga que iba en el asiento de atrás nuestro.

Le pedí a Ana me explicara como hacía, entonces me enseñó los valores de los números y su significado, un juego de secundaria, que después con el tiempo me daría cuenta se acercaba mucho a los valores de la numerología, pero en ese momento no le di importancia. Hoy cada vez que subo a un ómnibus, me es imposible no leer el número del boleto.

Llegamos a su casa y nos sentamos un largo rato a charlar mientras tomábamos una taza de té. Ella estaba más relajada, como segura de sí misma, permanecía a mi lado y no dejaba de mirarme mientras yo hablaba, pero su mirada era profunda con un sabor intenso de mujer.

-Vamos un rato al patio a escuchar música. —Me sacó afuera de la cocina arrastrándome de la mano.

-Quiero verte más seguido. —Su voz entonaba un ruego, en esa imposición.

-El estudio me tiene mal. —Le expliqué, mientras me embriagaba con el amor que pintaba de rojo sus labios, y llenaba de miel sus ojos.

-Yo también estoy atareada con mis estudios, y por eso te necesito, me distraigo mucho pensando en donde estás.

-Sí, yo también. —Y otra vez ese tibio calor de abrigo, del patio de malvones y glicinas, recorrió mi alma en el regocijo apretado, de las manos de Ana.

Cuando me despedí de ella pude sentir que su beso y su ser atravesaban mi cuerpo, dejando parte de mi alma entre las paredes del patio.

De nuevo el sendero de mis árboles y la cañada me abrigó, y contuvo mis sentimientos más antagónicos, acaso debería haberme quedado caminando por siempre ahí, y no salir del abrazo de esa soledad, de esa cobardía que mato un ángel. El dolor es porque uno recuerda las cosas buenas de algo que ya no puede recobrar, el sufrimiento es quedarse en ese dolor, yo debería haberme quedado caminando ahí.

Llegue a casa de Liliana, ella me estaba esperando para salir a bailar. Fuimos al baile y no volví con Ana. La música y la fiesta aturdieron mis remordimientos, que los sacrifique en el olvido de mí mismo. No la pase bien con Liliana, no sé que le pasaba, parecía molesta conmigo, volvimos a su casa y nos sentamos en la cocina a pasar el rato que quedaba hasta el amanecer como hicimos tantos sábados, pero esta vez se torno insoportable, igual nos contuvimos y apenas salió el sol me despedí de ella. Volví al colegio con el vacío de no tener nada. Tal vez por eso el siguiente fin de semana volví a ir a casa de Ana, ella me recibió con el día planificado, para que no pudiera escaparme, no tuvo que esforzarse mucho, porque yo no tenía ganas de ver a Liliana, fuimos al centro de Córdoba, luego a casa de unos amigos, volvimos tarde a su casa, me retuvo con sus besos y me quedé a dormir allí. La casa, mi refugio, estructura indivisible de una parte de mis vivencias, que aunque juntara este amor, el natural ser de Ana, la profunda sabiduría de Julia, no podría reconstruirla, solamente la congoja incomprendida de mi añoranza, dibuja hoy, en esa esquina, fría y progresista, sus contornos.

El fin de semana siguiente fui a ver a Liliana, y la encontré muy enferma, estaba demacrada y muy decaída, la madre la llevó al médico y este le había recetado unos antibióticos, así que la pasé en su casa pero sin poder tocarla, miramos televisión, escuchamos música, charlamos, y dada su condición no fui a ver a Ana. Deje de verla varios fines de semana para estar con Liliana, y ese fue el hecho que la decidió a dejarme, comprendió su primera vez y su necesidad de crecer, yo me aleje tratando de no dejar remordimientos ni en ella ni en mí.

Ahora sí, podía acercarme a Ana María, y dedicarle todo el tiempo, las últimas semanas de colegio estuve con ella, y la pasamos llenos de felicidad.

Terminé mis estudios, me recibí. Tenía dos opciones seguir en Córdoba trabajando, o irme a Buenos Aires a trabajar y continuar mis estudios, me decidí por esto último porque también estaba mi madre, que me necesitaba, ya hacía más de dos años que no me veía, y mi relación con Ana estaba bien, podía volver en julio para verla y en diciembre, y cuando ella cumpliera los dieciocho podía decidir si quería ir a Buenos Aires conmigo, para eso faltaba más de un año. Ana estuvo de acuerdo, nos despedimos en la terminal de Córdoba con todas las promesas de volver a vernos.

En Diciembre me fui, en Febrero volví para verla. Me recibió mucho mejor que otras veces, estaba más apegada a mí, los días que estuve en su casa, que fueron solo tres, me hizo dormir en su cuarto, en una cama que estaba al lado de la suya, parece que ya lo habían hablado con Julia. Cuando llegó la hora de irnos a dormir, Ana me llevó a su cuarto.

-Acá dormís vos —Me dijo señalando la cama que estaba al lado de la suya— y acá duermo yo con Estela, vos acostate primero y después entramos nosotras.

-Hasta mañana hijo. —Me despidió Julia.

-Hasta mañana —Respondí

Cuando terminé de acostarme le avise a Ana, ella entró con su hermanita, ya con camisón las dos, y se acostaron, Ana mirando hacia mi lado.

-Estas bien —me preguntó

-Si con vos siempre estoy bien. —Una felicidad completa nos invadía, como en el primer beso.

-Ella apagó la luz del velador, solamente entraba una tenue luz de luna desde la galería.

-Dame tu mano —dijo en un susurro muy tenue. Un suave resplandor dorado azul me permitió ver apenas su figura.

Estire mi mano y encontré la de ella que me apretó fuerte, su delicada mano de princesa y nos dormimos así; en mi silencio enamorado, supuse el encuentro de nuestras almas, y que sin decir nada, ella sentía mi inmenso amor, ¡que hermosa y tonta ilusión!

Solo menos de una semana pude estar y tuve que volver a mi trabajo. Pero sentía que Ana conjugaba más conmigo, en lo íntimo y superlativo de nuestras almas. ¿Cuál fue el error? Quizás, dar por supuesto, lo planificado de nuestro futuro sin comentárselo.

En Buenos Aires me absorbieron, mi madre, el trabajo, los estudios, y mis amigos, los primeros meses le hablaba por teléfono y le escribía, luego solo le escribía, en Julio no fui a verla, en sus cartas ella me contaba que como sus padres habían hipotecado la casa, antes que su papá muriera, para costear los gastos de la clínica, y a su mamá no le alcanzó con su sueldo de enfermera para cubrir las cuotas, el banco les remataría la casa y ellas no tenían donde irse, así que la madre estaba desesperada. En diciembre no fui, tuve que ayudar a mi madre y me gasté la plata del viaje. Y no recibí más cartas de Córdoba, el teléfono no respondía, y yo tuve que profundizar mis estudios. Sentí que la beatitud del amor entre Ana y yo se rompía, y un cruel y oscuro presentimiento crecía, en lo oscuro de esta distancia y soledad.

En Julio, después de año y medio, prepare mi viaje y me decidí a buscar a Ana, no podía esperar más, la traería conmigo, no podía dejarla en la incertidumbre de esa situación, aquí tendríamos oportunidad de estar juntos y revivificar nuestro amor, para juntos crecer y hacer la felicidad de nuestros días. La última semana antes de viajar preparé todo, tenía departamento propio, ordené mis cosas y saque pasaje para el primer día de mis vacaciones, corriendo el riesgo de perder el boleto ante el primer inconveniente que surgiera, por suerte nada paso, fui a casa busqué un bolso pequeño con lo mínimo indispensable, compré una tarjeta romántica, le escribí un poema y la impregné con aroma de jazmines, para regalarle cuando llegara y partí rápido a la terminal Retiro. En el viaje traté de dormir para no pensar y calmar mis ansias, por eso busque viajar la misma noche del último día de trabajo, llegaría a Córdoba por la mañana muy temprano, un sábado, como tantas veces que la sorprendí, me desesperaba que no me hayan escrito y que el teléfono estuviera cortado.

El chofer me despertó anunciando la llegada a Córdoba en breves minutos, fui rápido al baño me lave los dientes me puse perfume y arregle mi ropa, y me preparé para saltar, apenas el micro se detuviese. Así fue, salí rápido, no tenía equipaje que retirar, corrí hasta la parada del ómnibus y baje cerca del palacio municipal, crucé la plaza presuroso y por fin llegue a Caseros esquina Corro, me paré en la puerta pero sentí que la casa ya no era la misma, algo se había transformado, toque el timbre, una vez, dos veces, mi mano acaricio el marco que estaba frío y cuando iba a tocar el timbre por tercera vez, escuche unos pasos que se acercaban para abrir la puerta, mi corazón acelero el pulso.

-Hola, mi hijo querido —Me saludó y abrazó Julia— Vení pasa —estaba en camisón, es cierto que era temprano, me hizo pasar a la primer habitación que nunca fue dormitorio, allí había varias camas, otras personas dormían, ella se acostó e hizo que me sentara en el borde de su cama.

-Mi amor, ella ya no está, nuestra Ana se fue, te estuvo esperando hasta último momento.

-¿Por qué? — alcance a desgajar de un pedazo de mi alma

-¿Por qué no viniste antes? ¿Por qué no le escribiste? Se cansó, hijo, esta vida no era para ella, cuidando chicos ajenos y limpiando la casa, y encima no supo más nada de vos, nosotros la matamos, matamos su ilusión, sus ganas de vivir.

“Nosotros la matamos”, esa palabra se movió en mi alma como un cuchillo para desgarrarme en pedazos— Un muchacho, que conoció hace un año, la convenció para que se vaya con él, quien sabe donde andará.

Quede mudo, un dolor profundo me atenazaba el alma, Julia me miro con sus ojos tiernos, de tristeza, de mamá, pasó su mano por mi cabeza, y lloró, no la había visto llorar antes, a pesar que tuvo dificultades mucho mayores; yo, no pude llorar. Mire el cuarto, su piso, el techo, todo estaba frío, sí, la casa me confirmaba que su alma ya no estaba.

Había dos chicas más durmiendo en la habitación, una embarazada de nueve meses, y otra con un bebe de días, no era raro. Fui a la cocina y al rato aparecieron ellas con Julia, las dos me miraron y dijeron:

-Así que vos sos Juan.

-Si chicas él es Juan, el hijo que más extrañé. —Agregó Julia, para terminar de pisar lo último que quedaba de mí.

Yo seguía mudo, me quede para ayudarla en lo que pudiera, el bebe de la panzona nació en esos días, pero la casa tenía muchos recuerdos, que gritaban en los malvones marchitos y en las resecas glicinas, no podía seguir torturándome, encima Julia cada vez que me miraba esbozaba una sonrisa de piedad, así que lo único que le queda a un asesino, después de concretar el crimen, es planear su fuga, aunque tal vez, la misma ya se había concretado y solamente la enfermera estaba efectuando la autopsia del cadáver.

6: Escape

La fuga, el escape de, o a que, el encuentro del propio remordimiento, o satisfacción, el placer de sentir, el poder del hecho consumado a propia voluntad, la angustia de la pérdida, la visión de un reflejo a nuestro propio yo que no termina de incriminarnos, el escape con la velocidad de nuestras excusas y prerrogativas impuestas por nuestro egoísmo. El asesino escapa, al escondite que comparte con su víctima, la condena que se infligió matándola, a veces sin reconocer su crimen, obnubilado por su propio placer. Tardó en matar, se tomó su tiempo, cuando vio que ya no le satisfizo más, se cansó y dejó todo, agonía irreconocible de años. Nunca se enteró que fue a buscarla, circunstancias y hechos adversos, fortuitos, taparon sus huellas.

Le prometí a Julia escribirle, ella esperaría el remate de la casa y se iría a vivir a Pozo del Molle, me dio la dirección del hospital donde estaría trabajando para que mande mi carta ahí. Cuando pase por el salón de estar, al irme, lo miré, pero ya no tenía aquel resplandor y había perdido la tibia sensación de nuestros encuentros, la triste penumbra de sus rincones reflejaba el ácido hueco de dolor en mi pecho y un pálpito en sus ecos susurraba, la agonía de lo inevitable. Asesinos y víctimas confundían sus roles en la última de estas tres muertes. Volví a Buenos Aires, me tomé unos meses para escribirle a Julia. Ana era mamá de un hermoso bebé, fue la respuesta de mi última carta, la que no pude responder, el resto de los recuerdos son las flores que puse para la tumba de ese ángel, que alguna vez nos incorporó, a su sutil arquitectura.

Como dijo CARL GUSTAV JUNG: «Es pecado ser inconsciente».

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